miércoles, 14 de enero de 2015

Como bien el título lo dice, la primera ciudad de Venezuela al entrar por Roraima, Brasil, es Santa Elena. Para ser completamente sinceros, no nos sentimos muy bien recibidos, y como nos dijeron por ahí: toda la Gran Sabana tiene una gran energía, que a algunos los atrapa y a otros los rechaza.

En principio sentíamos lo segundo; es que como toda ciudad fronteriza el clima se siente enrarecido: mucha gente en las calles, negocios de todos los tipos de importación y exportación, los supermercados y restaurantes copados por chinos y árabes donde uno podía ver, incluso en las veredas, palets completos de mercadería que los brasileros se llevaban por convenirles el cambio, mucha gente en actitud sospechosa, algunos comprando y vendiendo reales, bolívares y dólares en la calle, otros ofreciendo gasolina por lo bajo y a todo eso le sumamos que es una de las ciudades más caras del país, que sufría un poco la escasez general y que nos hizo renegar mucho para conseguir un seguro acorde a nuestro presupuesto. Debemos admitir que nos habían contado las mil maravillas aprovechables por el favorecimiento del cambio de moneda, pero que en realidad la inflación se había encargado de reducir ese millar a escasas unidades.
Pero con el tiempo nos fuimos habituando y entendiendo el girar de sus engranajes.

Ni bien llegamos, con la euforia del cambio de país y después de los acontecimientos previos al cruce aduanero, decidimos hacer un asado y acompañarlo con ron venezolano. Recorrimos las carnicerías y licorerías de una de sus calles y nos abastecimos. Después empezamos a preguntar por un lugar donde hacer un asado como si toda ciudad debería tener uno, y como ahora que pienso, es de esperar, no existía tal lugar. La misión pasó a ser: conseguir un asador prestado.

Nos metimos en un barrio de casitas similares, una al lado de la otra, nos acercamos a preguntar en una casa y nos atendió un muchacho todo vestido de militar y portando un arma quien nos avivó que estábamos en el barrio de la Guardia Urbana y que si alguien nos dejaba instalarnos en su casa no habría problemas. Empezamos a preguntar a todos los vecinos que estaban en la calle hasta que Joel, un médico cubano que compartía su casa con otras 3 auxiliares de la salud de su misma nacionalidad nos abrió las puertas de su casa y nos permitió sentirnos realizados.

Este fue nuestro primer paradero, al lado de su casa tenía una parte de terreno donde subimos a la Chancha mientras Pandora se quedó en la calle. Pero esta bonanza tuvo su fecha de expiración cuando nos recomendaron salir del barrio porque había inspecciones para pintar las calles y las casas, y el Sargento o General era nuevo e impredecible. Así que nos trasladamos frente a la estación de policía a escasas cuadras.
En el transcurso nos comunicamos con Benjamín y Clara, una pareja venezolana-norteamericana con quienes compartimos un almuerzo de arroz con verduras al disco y conocimos parte de la gran familia de Benja encabezada por su mamá Soraida, su hermana Vicky y todos los sobrinos de Benja.

La casa de Soraida estaba primero en orden ascendente del cerro que había que subir para llegar, una de esas casas soñadas hechas con madera, barro y un montón de cosas más recicladas como botellas que le daban luz todo el día. Arriba, la casa de Benja y Clara tenía una arquitectura entera en madera, suspendida en una serie de pilares desde la cual se tenía una excelente vista, y más allá se encontraba una pequeña cabaña que funcionaba como sala de ensayo, es que son, entre otras cosas, músicos y se lucen con su banda “Bolivar Blues” donde las guitarras de Benja le dan el colchón armónico perfecto para la voz a lo Amy Winehouse de Clara. Tuvimos la oportunidad de verlos en dos ocasiones, la primera en la inauguración del “Sabaneros Café”, el bar de Guille, un amigo de la pareja, y la segunda en el cumpleaños de Benja, también en el Sabaneros, donde el cierre estuvo a cargo de Gonza y su guitarra loca haciendo mucho rock nacional (argentino) y cerrando con Carla al grito de “no nos vamos nada, que nos echen a patadas”. Para destacar, las actuaciones de “Pollo Frito”, uno de esos queribles personajes que se encargó de darle un toque hip hopero a la noche.

Los días siguieron pasando, muchas mañanas nos íbamos a la plaza Bolívar, algunas veces incluso dormimos ahí, ya conocíamos a todos sus personajes y saludábamos a algunos de sus habitantes en las calles como si fuésemos uno más. Entre las personas que conocimos cabe destacar a Roberto Marrero, dueño de una agencia de turismo místico con quien hicimos un trabajo y nos contó de las cosas que pasan en la región de la Gran Sabana a causa de su energía; y principalmente a Yamil, un descendiente directo de mendocinos y toda su hermosa familia compuesta por Yamila su hermana, Sara su mamá y su papá, con quienes compartimos cenas, charlas que incluían historias de lo más sorprendentes que tuvieron siempre como escenario la Gran Sabana y se relacionaban con cuestiones metafísicas de lo más variadas, cocina y vegetarianismo, todos momentos inolvidables, nos despedimos de ellos rumbo a internarnos en la Gran Sabana misma y nos dieron a cada pareja la gran insignia patria: una bandera argentina.


Llegamos un día Santa Elena de Uairén con ganas de irnos inmediatamente, y terminamos quedándonos más de un mes atrapados en su caos. Tal vez simplemente hay que saber mirar más allá y dejarse llevar.

Desayunando en la Plaza Bolívar

Plaza Bolívar

Clara y Benja en plena actuación de Bolívar Blues

Asado en lo de Joel

Comiendo el asado en lo de Joel


Yendo a la cascada "Ventana al cielo" 
Por el río hacia la cascada

La gran "Ventana al cielo"

Maloca, nuestro proyecto de serigrafía

El primer diseño de Maloca: "viajar"

Probando el bajo acústico

Ensayando algunos hits

La casa de Soraida, una invitación a la relajación

La Chancha frente a la policía de Santa Elena de Uairén

Las comunidades en Santa Elena de Uairén 
Quebrada Jaspe

Gonza haciendo alarde de su voz en el escenario de Sabaneros Café

El gran Pollo frito!

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