Como bien
el título lo dice, la primera ciudad de Venezuela al entrar por Roraima,
Brasil, es Santa Elena. Para ser completamente sinceros, no nos sentimos muy
bien recibidos, y como nos dijeron por ahí: toda la Gran Sabana tiene una gran
energía, que a algunos los atrapa y a otros los rechaza.
En
principio sentíamos lo segundo; es que como toda ciudad fronteriza el clima se
siente enrarecido: mucha gente en las calles, negocios de todos los tipos de
importación y exportación, los supermercados y restaurantes copados por chinos
y árabes donde uno podía ver, incluso en las veredas, palets completos de
mercadería que los brasileros se llevaban por convenirles el cambio, mucha
gente en actitud sospechosa, algunos comprando y vendiendo reales, bolívares y
dólares en la calle, otros ofreciendo gasolina por lo bajo y a todo eso le
sumamos que es una de las ciudades más caras del país, que sufría un poco la
escasez general y que nos hizo renegar mucho para conseguir un seguro acorde a
nuestro presupuesto. Debemos admitir que nos habían contado las mil maravillas
aprovechables por el favorecimiento del cambio de moneda, pero que en realidad
la inflación se había encargado de reducir ese millar a escasas unidades.
Pero con el
tiempo nos fuimos habituando y entendiendo el girar de sus engranajes.
Ni bien
llegamos, con la euforia del cambio de país y después de los acontecimientos
previos al cruce aduanero, decidimos hacer un asado y acompañarlo con ron
venezolano. Recorrimos las carnicerías y licorerías de una de sus calles y nos
abastecimos. Después empezamos a preguntar por un lugar donde hacer un asado
como si toda ciudad debería tener uno, y como ahora que pienso, es de esperar,
no existía tal lugar. La misión pasó a ser: conseguir un asador prestado.
Nos metimos
en un barrio de casitas similares, una al lado de la otra, nos acercamos a
preguntar en una casa y nos atendió un muchacho todo vestido de militar y
portando un arma quien nos avivó que estábamos en el barrio de la Guardia
Urbana y que si alguien nos dejaba instalarnos en su casa no habría problemas.
Empezamos a preguntar a todos los vecinos que estaban en la calle hasta que Joel,
un médico cubano que compartía su casa con otras 3 auxiliares de la salud de su
misma nacionalidad nos abrió las puertas de su casa y nos permitió sentirnos
realizados.
Este fue
nuestro primer paradero, al lado de su casa tenía una parte de terreno donde
subimos a la Chancha mientras Pandora se quedó en la calle. Pero esta bonanza
tuvo su fecha de expiración cuando nos recomendaron salir del barrio porque
había inspecciones para pintar las calles y las casas, y el Sargento o General
era nuevo e impredecible. Así que nos trasladamos frente a la estación de
policía a escasas cuadras.
En el
transcurso nos comunicamos con Benjamín y Clara, una pareja
venezolana-norteamericana con quienes compartimos un almuerzo de arroz con
verduras al disco y conocimos parte de la gran familia de Benja encabezada por
su mamá Soraida, su hermana Vicky y todos los sobrinos de Benja.
La casa de
Soraida estaba primero en orden ascendente del cerro que había que subir para
llegar, una de esas casas soñadas hechas con madera, barro y un montón de cosas
más recicladas como botellas que le daban luz todo el día. Arriba, la casa de
Benja y Clara tenía una arquitectura entera en madera, suspendida en una serie
de pilares desde la cual se tenía una excelente vista, y más allá se encontraba
una pequeña cabaña que funcionaba como sala de ensayo, es que son, entre otras
cosas, músicos y se lucen con su banda “Bolivar Blues” donde las guitarras de
Benja le dan el colchón armónico perfecto para la voz a lo Amy Winehouse de
Clara. Tuvimos la oportunidad de verlos en dos ocasiones, la primera en la
inauguración del “Sabaneros Café”, el bar de Guille, un amigo de la pareja, y
la segunda en el cumpleaños de Benja, también en el Sabaneros, donde el cierre
estuvo a cargo de Gonza y su guitarra loca haciendo mucho rock nacional (argentino)
y cerrando con Carla al grito de “no nos vamos nada, que nos echen a patadas”.
Para destacar, las actuaciones de “Pollo Frito”, uno de esos queribles
personajes que se encargó de darle un toque hip hopero a la noche.
Los días
siguieron pasando, muchas mañanas nos íbamos a la plaza Bolívar, algunas veces
incluso dormimos ahí, ya conocíamos a todos sus personajes y saludábamos a
algunos de sus habitantes en las calles como si fuésemos uno más. Entre las
personas que conocimos cabe destacar a Roberto Marrero, dueño de una agencia de
turismo místico con quien hicimos un trabajo y nos contó de las cosas que pasan
en la región de la Gran Sabana a causa de su energía; y principalmente a Yamil,
un descendiente directo de mendocinos y toda su hermosa familia compuesta por
Yamila su hermana, Sara su mamá y su papá, con quienes compartimos cenas,
charlas que incluían historias de lo más sorprendentes que tuvieron siempre
como escenario la Gran Sabana y se relacionaban con cuestiones metafísicas de
lo más variadas, cocina y vegetarianismo, todos momentos inolvidables, nos
despedimos de ellos rumbo a internarnos en la Gran Sabana misma y nos dieron a
cada pareja la gran insignia patria: una bandera argentina.
Llegamos un
día Santa Elena de Uairén con ganas de irnos inmediatamente, y terminamos
quedándonos más de un mes atrapados en su caos. Tal vez simplemente hay que
saber mirar más allá y dejarse llevar.
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Desayunando en la Plaza Bolívar |
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Plaza Bolívar |
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Clara y Benja en plena actuación de Bolívar Blues |
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Asado en lo de Joel |
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Comiendo el asado en lo de Joel |
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Yendo a la cascada "Ventana al cielo" |
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Por el río hacia la cascada |
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La gran "Ventana al cielo" |
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Maloca, nuestro proyecto de serigrafía |
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El primer diseño de Maloca: "viajar" |
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Probando el bajo acústico |
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Ensayando algunos hits |
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La casa de Soraida, una invitación a la relajación |
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La Chancha frente a la policía de Santa Elena de Uairén |
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Las comunidades en Santa Elena de Uairén |
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Quebrada Jaspe |
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Gonza haciendo alarde de su voz en el escenario de Sabaneros Café |
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El gran Pollo frito! |