Nos habíamos quedado con ganas de selva ya
desde nuestro paso por Brasil, y Ecuador nos presentaba la revancha muy fácil,
es que todo en este país está “cerca”.
De Mindo pasamos por Papallacta para
acortar el camino y conocer sus termas, pero bien tempranito ya nos dirigimos
con rumbo a la selva, teníamos a Tena y Puyo como referentes. Antes hicimos una
parada en Cotundo porque vimos que había algún petroglifo, y así era, con solo
caminar un sendero descuidado llegamos a un dibujo en una piedra. Al regresar,
nos llamó la atención un motorhome estacionado frente a la policía, nos
acercamos a curiosear y ahí es donde nos encontramos con una familia de 5
marroquíes (papá, mamá y 3 pequeños) recorriendo, por ahora Sudamérica, y
fueron ellos los que nos certificaron que el lugar que habíamos escuchado
nombrar, donde los monos reinaban en las calles, era Puerto Misahuallí,
entrando un poco más hacia el oriente desde Tena: destino resuelto.
Antes de encarar el camino quisimos ir a
las cuevas de Jumandí, pero se necesitaba de un grupo, había que pagar un
ingreso para unas piscinas aunque no se las use y blablablá… así que entramos a
otras que habíamos visto antes en el camino, algo del Templo de ceremonias. Ahí
fuimos a la cueva del elefante, una cueva subterránea donde tuvimos que pasar
por recovecos bien estrechos y con el agua a la altura de las rodillas y todo
con la luz de unas velas que cada dos por tres se apagaban por causa de las
gotas que provenían del techo. En resumen, excelente excursión, más improvisada
tal vez, pero más autóctona también. Por suerte nos prestaron botas de goma…
Por la tarde llegamos ya a Misahallí, no
sin dar mil vueltas porque el GPS no mostraba el camino, cada uno al que le
preguntábamos nos daba una indicación diferente y los carteles, bien gracias.
Nos estacionamos frente a la plaza central
del pueblo, bajamos y no tardamos ni 5 minutos en empezar a ver a la familia de
monos paseándose por las calles y la plaza entreteniendo a los turistas
papparazzis y aprovechándose de algún distraído para robarle alguna pertenencia
y correr sobre algún techo para golpearla queriendo abrirla cual coco.
Nos quedamos en total 3 días en este pueblo
donde hicimos amistad principalmente con Luisa, una española de vacaciones por
Ecuador a la que le habían pasado una serie de infortunios y con quien
compartimos caminatas, fogatas, excursiones y clases de macramé. Leo, un guía
buena onda que un día nos sacó a navegar “de grasa” y conocer una cascada y una
comunidad de esas que vive del turismo, quienes nos mostraron sus chozas, sus
animales con bozales, su antena de DirecTv y sus heladeras con brillosos logos
de cervezas nacionales. Con ellos dos, ese mismo día, nos fuimos a la playa,
prendimos un fuego y compartimos una cena entre historia e historia de la
selva.
También conocimos a Walter, el dueño de un
restaurante que nos ofreció ir a darle de comer a sus perros, quienes vivían en
una isla selva adentro. Allí fuimos, subimos a su barco, navegamos unos minutos
por el Río Napo y llegamos a su isla, donde había una cabañita abierta,
plantaciones de plátano, papaya, yuca y maíz rodeados de una densa selva
amazónica. Con él caminamos un poco para conocer su latifundio y nos hicimos
picar por las hormigas hasta llegar al río, buscar la lancha y regresarnos al
pueblo.
Estábamos en Febrero y eran vísperas de
Carnaval, el pueblo se estaba vistiendo de fiesta preparando su gran festejo,
el cual iba a culminar con uno de los máximos exponentes contemporáneos de la
cultura argentina: Nene Malo.